La calidad y el número de las delegaciones extranjeras que asisten a la transmisión del mando en Buenos Aires destacan la significación trascendental de este hecho en la abigarrada y deprimente actualidad de América y el mundo.

Para los Ilustres estadistas que nos visitan, la Argentina es el único país latinoamericano que gozó de perfecta estabilidad institucional entre el último tercio del siglo pasado y el primero de éste, y saben que en ese período alcanzó una envidiable prosperidad, superior al promedio europeo, puesto que se había convertido en centro de atracción para los capitales y la mano de obra que no encontraban aplicación satisfactoria en aquel continente.

Advierten también que, habiendo perdido, hace poco más de medio siglo, al mismo tiempo, su estabilidad y su prosperidad, nuestro pueblo expresó con la mayor precisión, en la inobjetable jornada electoral del 30 de octubre, su propósito de recuperar ambos bienes. El 92 por ciento de los ciudadanos votó por dos partidos policlasistas que aceptan la sociedad argentina tal como es y sólo pretenden humanizarla más y mejorar un poco su administración y el bienestar de su gente. De los dos, esta vez la mayoría escogió al que le parecía más confiable, puesto que su gobierno de 1963-66, comparado con el de 1973-76, fue más respetuoso de la Constitución, de las libertades públicas y del sistema democrático de gobierno.

Esta ejemplar moderación fue apreciada en todas partes como una prueba de que su trágica experiencia de los últimos años dotó al pueblo argentino de una lucidez Insólita, y se espera que otros pueblos latinoamericanos sigan su ejemplo, contrarlando la generalizada impresión de que, en más de un siglo y medio de vida independiente, no han sabido superar un fatídico destino de dictadura y anarquía.

Quizá tengan razón estos benévolos observadores que hoy comparten nuestro júbilo. Quizá, a partir de esta fecha, la imagen argentina vuelva a ser semejante a la que fue hace un siglo, cuando nuestro país emergió entre los seis o siete más favorecidos del mundo, después de un largo período de anarquía y otro de dictadura.

JÚBILO. La portada del 11 de diciembre apostaba a la búsqueda de un futuro mejor.

Es que no se nace democrático. Uno se vuelve democrático cuando se convence de que las fantasías extremistas son otras tantas fugas ante las dificultades de la realidad. Todas las Ideas que se nos ocurren -o que otros nos inculcan- para hacer rápidamente la felicidad del pueblo, son inútiles o nocivas si no están sustentadas por una firme y serena manifestación de su voluntad. Si se desea, realmente, hacerlo feliz, es preciso empezar ganársela, en pacífica rivalidad con el resto de la ciudadanía. Quien procura alcanzar el poder por otros medios es, más que un delincuente político, un ignorante, porque no sabe que el poder, si no tiene apoyo popular, termina siempre en un fracaso.

Esperamos que el mensaje argentino a los pueblos hermanos sea entendido. Es clarísimo: no se nace democrático, se aprende.